divendres, 11 de maig del 2012

En Buenos Aires, las consecuencias no se sufren, se gozan

Llegué inerme. Sigo inerme. 
No puedo resistirme a tus encantos, no puedo quitarte los ojos de encima. Me doy la vuelta y estás tú; estás en todas partes. 

Pero no quiero escaparme. Quiero este caos. 


Quiero apretujones en el subte, quiero que mi línea preferida (la 152) se vaya a huelga y que en Palermo nos vengamos todos abajo. Sí, porque así me veré forzada a caminar y disfrutaré de la vista de una mañana de semana y le diré a todo el que deba caminar conmigo "buenos días" y me devolverá una mirada de "desaptada social, tu cara debería ser suicida". 
Quiero un café en cada esquina: una lágrima, un cortado, un solo, un americano. En jarrito, si es tan amable. 
Quiero una medialuna y, cuando me sienta osada, un carlitos.
Quiero fernet de jueves a domingo (Branca, por favor); quiero vino siempre que el presupuesto lo permita y cuando no, acudiré a los chinos. Quiero cenar a las 23h y tomar mate en el parque con mi termo bajo el brazo.
No quiero luz de velas, quiero fuegos artificiales. No quiero una fiesta, quiero un bacanal. No quiero felicidad, quiero euforia. No quiero amor, NO, yo quiero PASIÓN. 

Quiero todo esto. Lo quiero todo en mi vida. 


Quiero adueñarme de las calles. No lo entienden: es que estoy enamorada de Buenos Aires.

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